viernes, 30 de noviembre de 2007

Un poco de amor francés

El disco gira, y una voz llamativamente versátil captura mi atención. Hay algo distinto aquí; una ola de frescura que ejerce su efecto desde el centro del viejo continente. La chica en cuestión se llama Camille, y por medio de su sorprendente registro vocal y la fusión de una multiplicidad de estilos ha logrado que su disco Le fil recorriera el mundo.
Trabajo ecléctico de punta a punta, Le fil conjuga empalagosas melodías de tinte pop como Ta douleur -uno de los cortes de difusión- con pequeñas joyas como Pale septêmbre, uno de los momentos más intensos del disco. Letras que hablan de amor, pero que también cuentan pequeñas historias; sonidos que se impregnan como un perfume perdido hace mucho tiempo; una suave melancolía flotando en el ambiente. Camille, creo yo, tiene aura; algo que sin duda le falta a Carla Bruni, quien a pesar de ello goza de más reconocimiento en estas latitudes. Y sin embargo, aquí está Camille que impone su presencia, y explotando una gran dosis de talento y trabajo comienza a perfilarse como la nueva figura de la canción francesa.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Arriba

Arriba, un poco más arriba todavía: tal parecería ser el leit motiv que REM se impuso a la hora de confeccionar Up, ese diamante que empieza a perfilarse como uno de los clásicos de la generación trágicamente minimalista que modeló sus gustos musicales al ritmo de los tumultuosos 90. En Up confluyen una concepción revolucionaria de la música y una visión tan lúcida como cruda del devenir histórico, aspectos que se funden en una única y definitiva pulsión de creación estética. Canciones como Hope o Daysleeper son claros exponentes de esta tendencia que sería clave en la formación musical de algunas de las bandas más importantes de nuestra década.
Colocar a REM dentro de los márgenes de cualquier tipo de etiquetación supondría una traición imperdonable. Fiel a su propio estilo, la menos yankee de las bandas norteamericanas defiende un modo de plasmar la música que poco tiene que ver con resoluciones fáciles y éxitos predeterminados. Up resulta un disco pesado para el oído perezoso: requiere tiempo y paciencia, conceptos en decadencia en la vértiginosa aceleración de la sociedad actual, marcada por los tiempos del consumo. Pero la perseverancia conduce a una intuición inesperada: entre lagartos y profesores tristes -tal vez una mínima premonición de mi futuro- se esconde una verdad discursivamente indescifrable, una sospecha que se cierra cada vez más sobre sí misma. Entonces, en la vorágine del desconcierto, la palabra solamente puede acontecer como un anuncio, como una exhortación a la delicadeza. Por eso cierren los ojos, y let the music carry you away.

martes, 27 de noviembre de 2007

Ese asunto de ser poeta

Está bien, lo de Lisandro Aristimuño no es simplemente rock. Pero tampoco es folk, ni indie, ni mucho menos pop, aunque su música beba un poco de cada una de estas fuentes. Lisandro es inclasificable. Guitarras que dibujan armonías sobre el fondo -o es sobre el primer plano?- de una voz desgarradoramente bella, sonidos que se remotan a un pasado ancestral incipientemente recuperado. Lisandro es mágico. Apenas suenan los primeros acordes y la piel se me eriza, me captura el embrujo de un ambiente que evoca una laguna, colores azules y pajaros dormidos. Acaso esa mezcla oportuna de frios vientos del sur y humedad cosmopolita haya desarrollado una sensibilidad exquisita; acaso el chico de los pagos viedmenses haya nacido con un don debajo de sus dedos.
Ese asunto de la ventana es mucho más que un disco: es una ofrenda. Estos oídos saturados por la permanente exposición involuntaria a un rock barrial oxigenado y estéril descansaron agradecidos cuando lo descubrieron. Canciones como Cerrar los ojos, Anochecer o En mí dignifican la escena musical argentina, al mismo tiempo que la reconstituyen; se aferran a la sentencia heideggeriana y transforman los acordes en poesía. La tenue densidad de las notas de Lisandro crea un espacio ubicado más allá de toda representación posible, una burbuja fantasmática que me impele: aquí quiero fundar mi hogar, aquí, entre magnolias y revelaciones.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Al final del arcoiris

Diez años después de Ok computer Radiohead sigue sorprendiendo. Oscuro pero suave, delicado y a la vez violento, críptico pero transparente: la heterogeneidad de la banda inglesa está presente una vez más en su nuevo album, In Rainbows. ¿Cómo ponerle un nombre al cúmulo de sensaciones que generan esas canciones forjadas con precisión de orfebre? Acaso All I need sintetice el espíritu del disco: las letras se han vuelto más simples, pero no han perdido profundidad; antes bien, parecen fundirse por completo con la música, generando melodías insoportablemente contundentes.
In Rainbows es, tal vez, un disco más fácil de digerir que algunos de sus antecesores -léase, sobre todo, Kid A o Amnesiac. Y sin embargo, el espíritu reincidentemente creador de la banda de Oxford está más presente que nunca. Como si pretendieran decirnos: ustedes van, pero nosotros ya hemos vuelto, las canciones de la nueva placa generan atmósferas que de tan apremiantes no tienen nada que envidiarle a los densos clímax característicos de los trabajos anteriores. In rainbows es una paleta de color explotada hasta en sus más mínimos matices, una implosión profunda de sentido. Al final del arcoiris yace el preciado tesoro: la maravilla siempre renovada de una banda que transformó para siempre nuestra manera de concebir la música.

Palabra inicial

La idea era escribir un blog. La idea era hablar de música.

Hablar de música: eso es lo que quiero. No de sus aspectos técnicos, porque en este sentidos soy una neófita permanente, una analfabeta lírica. Lo que propongo, en cambio, es hacer otra lectura de la música, tratar de traducir lo intraducible: plasmar, en un acto de hybris absoluta, el fuego musical de las canciones que amo en el silencio estático de la palabra escrita.

Hay quienes dicen que en nuestra postmodernidad de algodón rosado la ética ha sido suplantada por la estética. ¿Qué mejor ética, entonces, que la estética del rock, ese género que una y otra vez se renueva a sí mismo? Lo que propongo es un espacio de libertad sólo para mí misma: quiero hablar de las bandas y los discos que quiero, en la forma que quiero, sólo cuando yo quiero. No importa que sean nuevos o viejos, clásicos u olvidados, que se ajusten más o menos a los cánones de lo prescripto. Lo que quiero, repito, es tan sólo hablar de música.

La idea es esta. Pasen y vean, señores.