sábado, 22 de diciembre de 2007

La vida en las pampas

Por favor, no me pidan que sea objetiva, hoy menos que nunca. Siempre ponemos algo nuestro en el objeto, por más neutral que supongamos el discurso que elaboramos. Y sin embargo, hay momentos en los que es imposible diferenciar la constitución de la personalidad propia de la de la personalidad del otro, momentos en que la historia del otro confluye con la mía y crea la magia, el poder de la llegada: intersubjetividad, aquella palabra tan cara a Husserl.
Este post tiene algo que ver con eso. Hoy las arenas medanenses ven nacer un nuevo retoño de sus prolíficas fuentes musicales. La Vieja Piba hace rock del bueno y presenta Esperando lo inevitable, su primer disco, concebido entre la calma chicha de las eternas siestas pueblerinas y largas veladas al ritmo de los sonidos nocturnos. La banda compuesta por los hermanos Dantagnan y Oscar Raja Díaz sobresale en la escena musical villarinense tanto por la calidad musical de sus creaciones como por la profundidad de sus letras. ¿Cómo podía no hablar de ellos, cómo podía no hablar bien de ellos, cuando mi amor por la música tuvo tanto que ver con las tardes ociosas en la vereda de la casa de calle Bustamante, entre canciones y cervezas heladas? ¿Cómo podía no gustarme su música, si es la música que me hace vibrar desde hace años? He aquí en mi mano la consumación de un proceso, es decir, la consumación de una historia: esta pequeña cajita de plástico se vuelve un eslabón entre mi vida y aquello que no es mi vida, pero la define. Esperando lo inevitable es, sin duda, un disco excelente, pero es también mucho más que eso: la paciencia y la perseverancia, el talento y la dedicación; el compromiso permanente con una concepción particular de la creación artística que se plasma en una fusión de elementos intensamente única.
A mis rockers preferidos les digo:
gracias por todo, chicos
pero por sobre todo gracias, gracias por el fuego.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Se acercan las bandas de rock & roll

Quiero rock -dije- pero del bueno, y entonces Rara puerta sacudió mis oídos. Quiero más, ahora que escasea -insistí, y Mirar floreció abruptamente, con la potencia necesaria para despertar mi percepción adormecida. Ahora no puedo quedarme así, con tan sólo una muestra -me quejé, y No me ves resonó en mí con la fuerza musical de un huracán y la delicadeza verbal de una brisa suave. El universo Vetamadre me abrió sus puertas, para que yo pudiera Veratravés.
Un torbellino de melodías derramadas sobre la imponente textura del rock más genuino: el sello característico de Vetamadre es afirmado y reafirmado en esta, la tercera producción de la banda. Las letras definitivamente poéticas evocan las vicisitudes de un sueño metafísico. Con la fuerza de una plegaria, la voz privilegiada de Julio Breshnev delinea los contornos de añoradas metamorfosis en seres alados capaces de surcar el aire, esa frágil materia en la que la música se plasma. En Vetamadre nada es superficial; ningún detalle, por mínimo que sea, queda librado a un azar inoportuno.
Veratravés representa no sólo la consolidación de uno de los grupos más pujantes del escenario under argentino, sino también, y sobre todo, el resurgimiento de un género devastado por los clichés del mercado musical. Vetamadre es sencillamente contundente: nada de rimas acartonadas ni de frases hechas -el infierno musical al alcance de la mano. Lo que acontece aquí es un nuevo despertar, una reconfiguración permanente de una mise-en-scène gratificantemente inolvidable.